El mar, la ley y el hombre
o Pablo Uribe, abogado ambiental.
Por Karina Espinoza
En las arenas movedizas del derecho ambiental mexicano, hay una figura que ha sabido navegar entre las olas de la justicia y las tempestades burocráticas: Pablo Uribe Malagamba. Desde los tribunales hasta las costas de La Paz, Uribe ha tejido una narrativa donde el derecho cobra vida en manos de las comunidades que defiende, pues asegura que aprendió rápido esa máxima: el derecho sólo cobra sentido cuando sirve a la gente.
La carrera de Uribe en el derecho comenzó en el ámbito laboral, un campo donde las negociaciones giran en torno a dinero y despidos. “Me gustaba el litigio, pero no el acto de despedir gente”, recuerda. Buscando algo más significativo, aún en su etapa de universitario, encontró una oportunidad en Peñoles, una minera-metalúrgica en México que, sin querer queriendo le abrió la puerta para conocer a un grande del derecho ambiental, Gustavo Alanís. Una demanda a sus jefes y una discusión acalorada durante una clase con Alanís, ya Director del Centro Mexicano de Derecho Ambiental (CEMDA), lo hizo replantearse todo. Y las cosas se fueron dando, pues al paso del tiempo le ofrecieron quedarse de planta en el CEMDA.
Y así, sintiéndose el abogado más punk por desafiar los límites de lo que se esperaba de él, incluso las expectativas de su padre, quien le decía que trabajar en derecho medioambiental no era lo mejor económicamente, Uribe se decidió a apostar por su propio propósito de vida. Pronto, lo que comenzó como una necesidad financiera se convirtió en una revelación personal.
“Ahí empecé a ver el derecho como una herramienta para cambiar realidades, no sólo como un juego de cifras y contratos”.
Al paso de los meses, su trabajo lo llevó al Golfo de California, una región que produce el 70% de la pesca del país y donde el ecosistema es una mezcla única de desierto y mar. “Caminar por el Golfo fue una experiencia transformadora”, recuerda Uribe. “Aprendí que el mar no solo es agua, es cultura, es sustento”. Este contacto directo con los pescadores y sus comunidades le hizo comprender la importancia de adaptar el lenguaje del derecho a las realidades locales. “Mi trabajo es el de un traductor”, explica. “Debo entender su mundo para que ellos entiendan el mío y juntos construir algo nuevo”, remata.
Pero el camino aún no estaba hecho, y a Uribe le tocó picar piedra con sus nuevos compañeros de trabajo, los pescadores y trabajadores de comunidades muy específicas. Rápido tuvo que aprender que tenía que pasar de la imagen de abogado de “caquis y polo” para que los pescadores no lo ignoraran, y comprometerse de todo a todo.
“A mí el mar me cambió muchísimo. Caminar al Golfo de California y el desierto… Fueron 40 días y 40 noches en el desierto. Fue reconstruirme. Estás ahí en Puerto Peñasco y te das cuenta que estás en medio de la nada; ves los campos pesqueros, luego ahí ves el agua verde, dices ¡uff! Qué lejos de todo y que hermosamente increíble es ese ecosistema”.
El trabajo dio resultado, pues su enfoque ha llevado a resultados tangibles en comunidades costeras, donde ahora hay una mayor conciencia sobre la conservación. Para muestra, uno de los hitos en su carrera la lucha por la vaquita marina, una especie en peligro crítico de extinción. Con un enfoque preciso y basado en la ley, logró un amparo significativo contra los armadores de camarón, demostrando que la pesca incidental de vaquitas marinas superaba los límites legales. “Fue un momento de orgullo porque usamos la simplicidad de la ley para proteger un ecosistema”, dice como si fuera un logro simple. Pero el hecho es otro: este caso no sólo subrayó su habilidad legal, sino también su pasión por defender lo correcto.
“Encontrar el artículo preciso, el argumento ineludible, contundente, demoledor, sencillo, que a cualquiera lo explicas y lo entiende. Ahí me di cuenta de que el tema es la simplicidad de los argumentos”.
En La Paz, su campaña para proteger la playa de Balandra se convirtió en un ejemplo de movilización comunitaria efectiva. “Balandra es mágica”, dice con emoción. “Ver a la comunidad unirse para protegerla fue una de las experiencias más gratificantes de mi vida”. A partir de ello, asegura que en lo que más cree como abogado es en el poder de las comunidades para autodefenderse. “Los casos no son nuestros, son de la gente”. Esta filosofía ha sido clave en su enfoque para empoderar a las comunidades locales, haciéndolas partícipes activos en la defensa de sus recursos.
“Es vital que entiendan (que entendamos todos) que el derecho ambiental defiende lo que está en su plato. Cuando proteges el huachinango o el pulpo, estás protegiendo su sustento y su cultura”.
En los últimos años, Uribe ha centrado sus esfuerzos en la restauración de los ecosistemas marinos, una tarea monumental en un país donde el 20% de las pesquerías están al borde de la sobreexplotación. “La ley pesquera es la única que no menciona la restauración de ecosistemas”, explica. “Esto refleja una visión obsoleta de que el mar es infinito. Nuestra labor es cambiar esa narrativa y trabajar hacia una legislación que asegure la sostenibilidad a largo plazo.”
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