La sirena del desierto
Un vistazo a la vocación de Alexandra Álvarez
Por Karina Espinoza
Criada en Guadalajara, Jalisco, Alexandra Álvarez creció entre historias familiares de conexión con la naturaleza. Su abuelo construyó una casa en la playa, un espacio que se convirtió en su segundo hogar y el punto de partida de su amor por los ecosistemas marinos. Esos veranos perpetuos en el agua moldearon su vocación: proteger aquello que sentía como propio; “para mí, el mar siempre ha sido casa”, se confiesa.
Hoy, Álvarez es una destacada bióloga marina, docente e investigadora del Departamento de Biología Marina de la Universidad Autónoma de Baja California Sur, y su trabajo se desarrolla con especial enfoque en la conservación de arrecifes coralinos y rocosos. Pero su labor ahí no solo se queda en las aulas que tienen salida al mar, sino que trasciende a espacios más dinámicos y prácticos, incluso a veces ríspidos: fungir como mediadora entre comunidades locales y gobiernos, en el diseño e implementación de estrategias de uso sustentable.
La tarea de mediar entre lo inmediato y lo importante es titánica, asegura, pues el rol que juega es reto y responsabilidad a partes iguales. Pocos se atreverían a levantar la mano para hacer lo que hace tan frontalmente, porque “es complicado equilibrar el desarrollo local y la protección ambiental”, sí, pero más aún es tener claro que “nunca será más importante preservar un recurso que garantizar el sustento de una familia, que dejar a un niño sin comer”. Y lo afirma con pragmatismo apasionado.
“Nunca será más importante proteger un recurso que dejar a un niño sin comer”.
Alexandra Álvarez
El agua: refugio y propósito
Para Alexandra, el trabajo de campo es un componente esencial de su vida. En sus expediciones, que comienzan al amanecer, recolecta datos submarinos que luego analiza en el laboratorio. Y aunque su balanza se inclina más a disfrutar la estancia bajo el agua, reconoce el valor de ambos procesos: “Salir al mar es liberador, pero también hay un encanto en interpretar datos y encontrar respuestas”.
Pero ni en el laboratorio ni en el agua hay garantía de perfección, y bajo este entendido, en 2023, la doctora especialista en ciencias y manejo de recursos marinos sufrió un accidente náutico que le dejó una discapacidad parcial. Sobre los hechos concretos del accidente de aquel 25 de abril de 2023 es reservada. Y más allá del proceso judicial que aún atraviesa y del que espera justicia, se concentra en sí misma.
“Después del accidente, he realizado más de cien buceos. En el agua es donde menos me duele nada. El mar sigue siendo mi refugio”, dice con la mirada abierta. La prueba es que lejos de limitarla, este evento la motivó a impulsar mejoras en la seguridad náutica, especialmente en áreas de alto turismo como Bahía de La Paz.
No hace falta ir a lo profundo para saber que el accidente puso en evidencia las deficiencias de las autoridades marítimas mexicanas. Desde la falta de infraestructura hasta la carencia de inspecciones adecuadas, Alexandra señala un sistema que deja en riesgo a buzos y visitantes. Su compromiso, ahora lo tiene muy claro, trasciende la conservación ecológica: busca transformar las políticas de seguridad para proteger tanto a los ecosistemas como a las personas.
Activismo y educación: pilares de una misión
Alexandra es más que una científica, es una educadora y activista. En sus clases inculca en sus estudiantes —desde licenciatura hasta doctorado— el valor de la conservación y el trabajo interdisciplinario. Asimismo, participa en iniciativas públicas como la defensa del territorio en La Paz, donde contribuyó a restringir la entrada de cruceros en la bahía. “El activismo no es un rol que elijo, es una extensión de mi labor científica. Proteger el mar es proteger nuestra calidad de vida”.
En un panorama global marcado por el cambio climático, Alexandra trabaja en proyectos que buscan salvaguardar la biodiversidad marina, como la preservación de genomas de corales. Ahí, a pesar de los esfuerzos, admite con pesar que algunos ecosistemas están en una “cuenta regresiva”. Sin embargo, su enfoque es optimista: “Como humanidad, encontraremos maneras de sobrevivir. Pero lo que hagamos ahora determinará cuántas especies pueden acompañarnos en ese futuro”.
¿Crees que nos acostumbramos a vivir sin la diversidad marina?, surge la pregunta de los 64 mil. Suspira antes de responder. “Pues no va a desaparecer toda la diversidad marina, pero en el punto específico de los corales sí es un tema muy difícil para nosotros —la humanidad— porque los corales tienen una relación directa con el clima, tal cual como tú lo sientes acá arriba, entonces el hecho de que desaparezca todo ese ecosistema tiene implicaciones para nosotros bastante graves, sobre todo económicas a nivel mundial, porque pues es un desajuste en el ecosistema que va a traer un desajuste de otras especies que también son de mucha importancia económica. Pero ese ajuste al final pues, como buenos —humanos— modificadores de todo que somos, encontraremos la manera de ir sobreviviendo, pese a que los ecosistemas se van a perder”.
El agua que no tenemos
La Paz no es solo un paraíso natural; es un desierto en constante lucha por sus recursos. La doctora Álvarez lo explica con crudeza: “Nuestras reservas ya están mermadas. Para compartir necesitamos hacerlo a cuentagotas. No podemos permitirnos masas de gente ni megadesarrollos, porque no tenemos agua ni siquiera para los pobladores locales”.
El turismo, aunque prometedor desde una perspectiva económica, trae consigo una factura ambiental y social que pocas veces se calcula de manera honesta. “Sí, hay derrama económica, pero ¿cuánto cuesta sostenerla? Traer agua dulce desde lejos, convertir agua salada en potable con tecnologías que alteran el equilibrio ecológico, manejar la basura extra que generan alimentos que no producimos aquí porque todo llega por aire o por tierra. Cuando equiparas los números, te das cuenta de que el turismo masivo no es un negocio; es un riesgo”, afirma.
La ecuación es clara y, al mismo tiempo, brutal: cada visitante, cada desarrollo, deja una marca que el entorno no puede borrar. “Tal vez la respuesta es que no vengan más”, dice Alexandra con pesar. Pero también hay espacio para la esperanza: “Si vienen, sean prudentes con los recursos. Aquí cada gota cuenta”.
La realidad de este rincón de Baja California Sur no permite concesiones. El turismo responsable no es solo una opción; es la única manera de garantizar que el futuro del lugar no se seque junto con sus reservas. Alexandra Álvarez, una sirena de desierto, lo sabe y, con cada palabra, busca recordarnos que la belleza de La Paz no debe venir al costo de su supervivencia.