Norma Corado: El mar como espejo
Norma Corado se adentra en el océano con una serenidad y precisión que harían pensar que pertenece más al agua que a la tierra. Cuando habla de buceo, su discurso se convierte en una mezcla de emoción contenida y reflexión profunda, una narrativa que va más allá de las corrientes y las criaturas marinas. Sus palabras dibujan una relación íntima con el mar, no como un espacio que se conquista sino como un espejo donde las personas y los ecosistemas se reflejan mutuamente. “Me gusta leer lo que otros escritores piensan sobre el mar. Esa perspectiva me ayuda muchísimo. Pero, curiosamente, casi no escucho música”, comenta, como si las olas fueran su única banda sonora.
Norma no solo se sumerge en el agua, sino también en la humanidad de quienes la rodean. Su chip de instructora nunca se apaga: “Cuando voy en una embarcación, siempre estoy observando cómo se equipa la gente. Puedo identificar si alguien está nervioso, ansioso o demasiado exaltado, porque debajo del agua todo eso puede convertirse en un riesgo.” Sin importar si la inmersión es recreativa o profesional, su compromiso es el mismo: llevar guías de peces y bichos que muestra a sus compañeros bajo el agua, con el propósito de crear siempre la misma situación: un vínculo profundo entre el buzo y su entorno.
Entre todas las criaturas marinas, los pulpos han dejado en ella una huella imborrable. Todo porque dice que hace una década, en las aguas de Cozumel, era habitual encontrar cuatro o cinco de ellos en una sola inmersión. Hoy ya no, y es una lástima. “Me impactó su inteligencia y la manera en que interactuaban con las personas. No son bonitos para todos porque son babosos y no tienen ojitos tiernos, pero a mí me parecen maravillosos”. El declive de los pulpos es evidente y devastador: “Ya casi no se ven. Quizás uno o dos en un buceo nocturno, y eso si tienes suerte. Y en mi etapa más citadina, sé que es delicioso, pero no puedo. Cada vez que veo uno en un plato, recuerdo los que ya no están y el corazón se me encoge”.
Norma, quien hoy por hoy se desarrolla como divulgadora en la dirección general del Museo de las Ciencias de la UNAM, Universum, reconoce que sus logros en el buceo no solo se miden por la técnica, sino más bien por las batallas mentales que ha librado bajo el agua. Cada inmersión profunda —algunas a más de 65 metros— ha sido una prueba tanto física como psicológica. “Una vez me narcoticé a 65 metros, con todo el equipo encima. Me hundí en la arena hasta la cintura y no podía moverme. Todo se sentía como una borrachera extrema, pero debajo del agua”. Lograr calmar la mente en ese estado y sobreponerse a la situación fue una de las experiencias más desafiantes que ha vivido. “Es como si cada inmersión fuera una metáfora de la vida misma: mantener la calma en medio del caos”.
Su conexión con el océano ha moldeado no solo su visión profesional, sino también su filosofía de vida. Para la bióloga, la clave del cambio climático y las crisis ambientales radica en algo esencial pero olvidado: la vinculación con la naturaleza. “No necesitas ir a la selva o al mar. Basta con sentarte en el pasto y mirar los pajaritos sin hacer nada más. Esa conexión te hace entender lo importante que es que todo lo demás esté ahí rodeándote”.
Esa urgencia por reconectar no es solo un consejo romántico, sino una necesidad. “A los jóvenes les enseñamos tanto sobre lo mal que va el mundo, que desarrollan algo que se llama ‘ecoansiedad’. Quieren ayudar, pero no saben por dónde empezar y terminan por desconectarse por completo. La verdadera solución es vincularnos de nuevo con lo que estamos perdiendo. Solo cuando entiendes lo que vale, cambias tu forma de actuar”.
Norma Corado, la persona, se sumerge en las profundidades del océano, pero también en las de la mente humana. Sus relatos dejan ver que su pasión no solo es explorar el mar con sus equipos de buceo científico, sino comprender las sutilezas que conectan a las personas con el entorno. Con cada inmersión, reafirma la idea de que somos parte de un todo mayor. Su historia es un recordatorio de que la vida, como el buceo, no se trata solo de llegar a la superficie, sino de aprender a navegar las corrientes invisibles que nos atraviesan.